Radio 99

sábado, 25 de diciembre de 2021

En defensa del metalero

 

En defensa del metalero

Rob Halford, voz de la legendaria banda de heavy metal Judas Priest, llegó la semana pasada a Lima para ofrecer un concierto como solista. Su eléctrica presencia es un buen motivo para trazar un perfil del metalero peruano, ese rockero que gusta de la música extrema y usa púas de metal. ¿Es un alma poseída por el maligno o un melómano de oídos resistentes?

Por Ghiovani Hinojosa

Metalero. Dícese del sujeto desgreñado que martilla sus oídos con música estridente; del joven que, tras haberse fumado unos cuantos porros de marihuana, embiste a sus pares en un ritual de violencia colectiva conocido como pogo; del que no milita en la Población Económicamente Activa (PEA), gasta sus minúsculos recursos en entradas a conciertos y discos y rinde secreta pleitesía a Satán. Por definición, se trataría de un antisocial, alguien que desprecia a todo el mundo. Este es el concepto que muchos guardan en sus diccionarios mentales del fan del rock duro. Se trata de un estereotipo que lo estigmatiza, que no considera, por ejemplo, que los brazaletes con púas en sus brazos sirven para que se sienta un guerrero y no para rasgarle la cara a alguien. El metal es una subcultura que atrae cada vez a más jóvenes en el país, muchos de los que no visten las fachas típicas del clan y son personas metódicas. De allí que sea necesario conocer sus códigos y su historia. Pero no con sesudas definiciones enciclopédicas, sino con los propios testimonios de sus cultores.

Se aprende historia

Benno Kleeberg lleva doce años vendiendo discos en Galerías Brasil, algo así como el Edén para los fanáticos del rock (por su variada oferta de música, ropa y accesorios). Aún recuerda el día de 1988 en que quedó envuelto por el ritmo trepidante de Twisted Sister, una de las bandas emblemáticas del heavy metal. Tenía 11 años y observaba el televisor. Entonces, anotó frenéticamente el nombre del grupo y de la canción en un papelito y convenció a su papá para correr a la tienda Scala y comprar su primer long play. Desde aquella adquisición, no ha parado de buscar música: sus tímpanos conocen casi de memoria todos los álbumes de Judas Priest y Iron Maiden, las bandas pioneras del heavy en los 70s y 80s. Ese es uno de los rasgos característicos del metalero: una pasión desbordada que gatilla un coleccionismo afanado.

Hoy llegan hasta el stand de Benno papás como el suyo con chiquillos que le recuerdan a él. Una oleada de adolescentes de entre 14 y 18 años que no solo adquieren discos originales o piratas (los primeros a un promedio de 50 soles y los segundos, a cuatro), sino que se compran polos negros con portadas de discos y fotos de sus bandas predilectas. A esta edad uno necesita gritar sus gustos, decirle al mundo que es metalero. Pero, contrariamente a lo que suele ocurrir con otras modas, la adhesión al rock duro suele ser perdurable, e incluso puede dotar de una filosofía de vida a sus seguidores. Allí está el buen Benno, con su mirada ruda y su postura de guerrero agarrotado, defendiendo el género con amor. “La cumbia te habla de cachos, cachos y cachos. En cambio, el heavy metal no te habla de tonterías sino de cosas reales, épicas; te cuenta la historia de Alejandro El Grande, Gengis Khan, conquistadores, castillos, magos, todo muy bien narrado”, dice.

El rock pesado se ha caracterizado por abordar problemas de la vida cotidiana –la discriminación y el desempleo, por ejemplo– y rescatar historias (Bruce Dickinson, vocalista de Iron Maiden e historiador de profesión, ha compuesto canciones históricas como “Alexander the Great” y “Aces high”, que habla de un combate inglés). Incluso, una vertiente conocida como power metal ha acentuado esta tendencia creando relatos épicos, héroes medievales y cantos de victoria. Así, bandas como Stratovarius, Rhapsody y Hammerfall, surgidas en los 90s, llaman en sus canciones a la alegría, al optimismo y a la perseverancia. Nada más alejado de la etiqueta de ‘depresivo-violentista-fumón’ que algunos colocan a todos los metaleros. Más allá de la desidia de los críticos, una posible explicación a esto es que el metal en general se ha hecho de una mala reputación por sus versiones más extremas: el death y el black metal. Los aullidos guturales y ensordecedores de los vocalistas de estos subgéneros son comúnmente considerados representativos del metal, cuando en realidad forman parte de una pequeña rama de este.

Sobre la vestimenta metalera, Benno Kleeberg es radical: “El que se siente bien con el pelo largo, bien; el que siente bien con el pelo corto, bien. Lo importante es lo que uno lleva en el corazón. Yo tengo amigos que trabajan en terno y pelo corto y les gusta mucho el metal. Si yo uso cabello largo es porque me acomoda y me gusta; no es ninguna regla o disciplina”. La pregunta obvia es: ¿si es algo tan personal por qué hay stands repletos de indumentaria metal en Galerías Brasil? ¿Acaso las casacas de cuero y el cabello largo no son el signo distintivo de esta colectividad? La investigadora en semiótica de la cultura Mihaela Radulescu responde a estas preguntas en un recuadro adjunto. ¿Qué hacen los metaleros cuando se reúnen? Benno nos responde: “Tengo un grupo de amigos metaleros, y eso no quiere decir que seamos malos y rompamos la ciudad. No. Nos sentamos a comer un chifa, nos tomamos unas cervezas y se acabó. Somos personas normales. Hablamos no solo de música sino de política, de todo. A veces hemos tratado de ser amigos con otras personas, pero no se puede porque te paran señalando”.

Juan “Pus”, voz y guitarra de la banda Gore, también se siente señalado, aunque menos que hace un par de décadas. Seguidor de una vertiente extrema del metal conocida como brutal death, es, contra lo que se puede esperar, un sujeto apacible. La imagen que ofrece de sí mismo, brutal, agresiva, contrasta con su verbo amigable. “Todos los metaleros tienen look de guerreros: aparentan ser fortachones. No es necesariamente que sean violentos, es solo una cosa visual”, explica. Juan denuncia una mentalidad pacata en el país, por ejemplo, frente al cabello largo. “Aquí falta que alguien diga ‘ese chico tiene pelo largo, pero es estudioso’”. En el Perú, dice, aún no hemos aprendido a poner la apariencia debajo del mérito. Sin embargo, estamos camino a hacerlo. “Antes era peor. Cuando iba por La Colmena para comprar cassettes con mis amigos en los 80s, salían los estudiantes de la Villarreal en tumultos y nos jalaban el pelo. Una vez me pegaron un chicle. La policía me paraba a cada rato en la calle, me pedía documentos, decía que era drogadicto, vago, fumón”, recuerda Juan con cierta amargura.

Hermandad de púas

Hoy la movida metalera capitalina se reúne en tres bares principales: Krypto, Nuclear y Nosferatu. Allí se junta a intercambiar material musical y a comentar los conciertos de bandas extranjeras, cada vez más frecuentes en Lima. “La hermandad metalera es tácita, está allí sin que nadie la mencione”, asegura Alberto “Búho”, fan del rock duro desde la adolescencia y profesional de la traducción y de los créditos bancarios. Él lo sabe de primera mano: hace tres meses unos hampones lo asaltaron en la Plaza San Martín, y cinco jóvenes metaleros se acercaron a defenderlo. “Sufrí algunas heridas en el ojo; si no fuera por ellos hubiera acabado peor”, cuenta.

“El metal es fuerza; es como si fueras a la guerra todos los días; estás equipada con tu armadura y tu música”, dice Sofía Alva, una de las vendedoras de accesorios en Galerías Brasil. “La música se mete a tu cabeza, la sientes y lo único que puedes hacer es moverla; estás botando los problemas que has tenido. Esto no pasa con los poseros, quienes adoptan la pose del metalero pero que no la sienten. El metal te da momentos inolvidables, los conciertos, algo que no te quita nadie, que te llevas a la tumba”. Metalero(a). Dícese del sujeto extremadamente apasionado que, sin importar si es pelucón o desenfrenado, ama el rock duro.

ALMA DE GUERREROS

Mihaela Radulescu
Investigadora de semiótica PUCP


 

Casacas de cuero, polos negros, pantalones apretados y cabello largo remiten a una figura renovada del guerrero, parte de un clan privilegiado. Es una visión del mundo centrada en la dinámica ritual de la violencia, como marco para demostrar el valor personal y del clan, más allá de las convenciones reales, volviendo a los supuestos valores intrínsecos del guerrero: es bravo, libre, atrevido y activo. Los enfrentamientos pueden ser representados o actuados en los conciertos. El cuero y el metal punzante remiten directamente a la indumentaria originaria del guerrero, que lleva encima el trofeo de su proeza (el cuero) y su arma (el metal punzante). El pelo largo remite a las imágenes épicas de los guerreros antiguos, asociado a su libertad y dinamismo. Todo el diseño indumentario activa representaciones canónicas de guerreros, héroes, hasta dioses, de épocas remotas, que descienden a la actualidad de panteones bien nutridos. Una especie de actualización de rasgos paganos, centrados en el valor del ser y hacer en el mundo y no en la aceptación obediente de un orden que poco espacio asigna al ser humano.

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